Manel, de
Hispalibertas, continúa su
defensa de las patentes de software. Voy a intentar exponer, con toda la claridad posible para un iletrado de ciencias como yo, mi opinión sobre el tema de las patentes. Opinión completamente opuesta a la existencia de las mismas.
A la hora de defender las patentes se emplean, habitualmente, dos argumentos.
El primero, se refiere a las mismas como protección de las ideas o ingenios fruto del trabajo del hombre. De una forma muy
randiana se intenta proteger el reconocido derecho del hombre a poseer, y beneficiarse de, el fruto de su trabajo.
El segundo argumento, más utilitarista, defiende las patentes como incentivo a la investigación y el desarrollo científico y tecnológico.
A lo largo de los próximos párrafos intentaré desmontar estos argumentos, desde una óptica liberal, tratando de probar que ni son éticos ni prácticos.
Los liberales siempre hemos defendido la propiedad privada. Es más, la consideramos uno de los pilares de la sociedad. Ahora bien, habrá que plantearse porque esto es así. Según las teorías iniciadas por
Locke el hombre en naturaleza necesita apropiarse de los bienes en su entorno para subsistir y es por ello que la propiedad es necesaria para evitar conflictos
A la hora de hablar de las ideas esta cuestión no tiene lugar. Las ideas no pueden ser consumidas ni son bienes escasos por tanto la utilización de una idea por un tercero no impide al creador su uso. No puede haber conflicto ni menoscabo y por tanto no tiene sentido esta protección.
Es por ello que intelectuales de la talla de Hume, Hoppe o Rothbard están de acuerdo en no extender los derechos de propiedad sobre los bienes intangibles.
Por todo ello, en conclusión, resulta difícil considerar ética la utilización de la ley, no para defender la propiedad de un bien escaso, si no para generar una escasez de forma artificial y, en la medida en que depende de la decisión de un organismo burocrático, completamente arbitraria
Y es que, como ya argumentó Bouckaert, la protección de las ideas ha de provenir de los derechos individuales. Las obras literarias, por ejemplo, pueden ser protejidas facilmente mediante contratos o licencias en los que se fijen los términos y condiciones de venta o distribución.
El segundo punto, por su naturaleza, es más complicado de rebatir. Como siempre, recurriré a Hayek, quien afirma en “La fatal arrogancia” (1988) que “
los estudios realizados al efecto no han logrado demostrar que los derechos de patente favorezcan la aparición de nuevos descubrimientos. Implican más bien una antieconómica concentración del esfuerzo investigador en problemas cuya solución es más bien obvia, al tiempo que favorecen el que el primero en resolver los problemas en cuestión, aunque sea por escaso margen, goce durante un largo período de tiempo del monopolio del uso de la correspondiente receta industrial.
En la actualidad, en un mundo de alta tecnología y globalización y ante el vertiginoso progreso científico y técnico no creo útil ni necesaria la existencia de patentes.
Es cierto que las patentes suponen un suculento premio que puede motivar la investigación, pero a su vez, suponen un serio peligro. Una empresa no puede comprometer sus recursos en una investigación que pueda ser llevada a cabo antes por un rival. ¿Como dedicar años a una tarea que, por haber sido resuelta con una semana de antelación por un rival, termina en un callejón sin salida en el que no puedes amortizar mínimamente la inversión?
Empresas e instituciones parecen haber comprendido que la colaboración es más rentable y eficaz. Prueba de ello es la cada vez más frecuente utilización de estándares o la creación de grandes consorcios dedicados a la investigación y al desarrollo. El premio, no es el monopolio que proporciona la patente, si no la aparición de un nuevo producto o mercado del que todos pueden beneficiarse. La inversión total e individual se reduce y los tiempos de desarrollo se aceleran.
Es más, las patentes no sólo dan lugar a modelos de investigación menos eficaces si no que en numerosas ocasiones pueden servir para bloquear el desarrollo de una innovación. Una vez desarrollado el invento y adquirido el monopolio el productor pierde el incentivo de mejorar su innovación pues la competencia desaparecería hasta que surgieran nuevas lineas sustitutivas.
El caso de las patentes de software, pese a la tradicional debilidad de este tipo de patentes, es más sangrante aún si cabe dada su naturaleza.
Los estudios y argumentos al respecto (
I,
II,
III,
IV,
V...) parecen bastante contundentes.